
¿Qué es el Camino de la Mariposa?
El Camino de la Mariposa es un viaje sagrado de transformación.
No es un trayecto rápido, ni siempre cómodo. Es una travesía que atraviesa la oscuridad del capullo, el misterio de lo invisible y el coraje de rendirse al proceso.
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Es el arte de morir a lo que ya no eres —las versiones, las heridas, las máscaras— para renacer en tu forma más auténtica, libre y luminosa.
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La mariposa no se fuerza a volar: confía en su metamorfosis.
Así también tú. En este camino no se trata de correr ni de resistir, sino de permitirte ser recreada por la vida, desde adentro hacia afuera.
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El Camino de la Mariposa es un acto de fe.
Un susurro que te recuerda que, dentro de ti, siempre ha habitado el alma alada que sueña, que crea y que danza al ritmo de su verdad.
Mi propio camino de transformación
Soy Isa, y este camino comenzó mucho antes de que pudiera nombrarlo. El día que nació mi hijo Emi, también nació una parte de mí que aún no entendía. Allí, en la clínica, con él en brazos, supe en lo más profundo de mi ser que mi vida cambiaría para siempre.
Supe que me iba a separar de su papá. No lo supe con la mente; lo sentí en el alma. Y aunque en ese momento no podía comprenderlo del todo, algo dentro de mí se rompía silenciosamente.
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Cuando me separé, apenas dos meses después, no sentí alivio. No sentí libertad. Sentí miedo. Sentí angustia. Sentí una parálisis tan profunda que cada día parecía una batalla para simplemente seguir respirando. Estaba atravesando una depresión posparto que me envolvía en tristeza y oscuridad, haciéndome cuestionarlo todo, incluso a mí misma.
Pero también había una pequeña llama, casi imperceptible, que se negaba a apagarse: la decisión profunda de sanar de raíz, de encontrar una salida verdadera, de no resignarme a vivir medicada, anestesiada o desconectada de la vida. Sin saberlo, ahí, en medio de la tormenta, había comenzado mi propio Camino de la Mariposa.
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Pasaron los años y llegó otro salto que cambiaría todo: decidí dejar la casa de mi papá. Con Emi de 5 años de la mano, me lancé al vacío.
No sabía cómo iba a sostenerme sola en el mundo, no sabía si tenía la fuerza suficiente para hacerlo. Solo sabía que no podía traicionarme más. Que había una voz en mi interior, débil pero firme, que me pedía que apostara por mí.
Ese fue el momento en que comencé a caminar el Camino de la Mariposa con conciencia, el momento en que elegí, a pesar del miedo, moverme hacia la vida que mi alma anhelaba.
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No fue fácil. Cada paso estuvo lleno de dudas, caídas, lágrimas y pequeños actos de coraje que nadie veía. Pero fue en esa oscuridad, en esa soledad, donde mis alas comenzaron a formarse.
No de un día para otro, no como una historia perfecta, sino como un proceso vivo, real, humano.
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Hoy, puedo decir que vivo libre.
Libre no porque todo sea perfecto o fácil, sino porque elegí ser fiel a mí misma.
Libre porque cada herida se ha convertido en fuerza, en ternura, en luz.
Y desde ese lugar, acompaño a mujeres que, como yo, sienten el llamado de volver a sí mismas. Mujeres que, incluso en medio del dolor o la duda, están naciendo de nuevo. Mujeres que, aunque aún no lo sepan, ya tienen alas.